Tradicionalmente
para medir la rentabilidad de una empresa dentro del análisis económico-financiero
se emplean el ROE y el ROA. El primero es una medida de la rentabilidad
financiera, mientras que el segundo mide la rentabilidad económica de dicha
entidad.
Estos
ratios están muy difundidos y aceptados, pero presentan algunas limitaciones
derivadas de su simplificación de cálculo.
Así en el
ROA considera el resultado de explotación en su conjunto sin tener en cuenta
los impuestos, aspecto que es de especial importancia en un mundo como el
actual en que los impuestos constituyen un componente fundamental de la empresa
mermando su resultado. Por otra parte, en el numerador se computan todos los
activos, tanto los funcionales como los posibles extra funcionales, y participaciones
financieras.
En el caso
del ROE, si bien en el numerador consideramos el beneficio neto, en el
denominador, volvemos a considerar el patrimonio sin ajustar los componentes
financieros y no funcionales de la empresa.
Un paso
adelante en la idea de superar dichas limitaciones es el ratio ROCE, expresado
por su denominación inglesa (Return on Capital Employed), en el que se relacionan
el resultado operativo después de impuestos con los activos operativos netos.
La expresión
de este ratio es:
Donde
BEDI: Beneficio de
explotación después de impuestos (BEAI x (1-T))
BEAI: Beneficio de
explotación antes de impuestos
AON: Activos Operativos
Netos
T: tasa efectiva de
impuesto de la empresa analizada
La información
suministrada por este ratio aporta una medida del resultado que obtiene una
empresa de sus activos operativos netos y para un período concreto de tiempo, entendidos
estos, como la suma de los activos corrientes funcionales más las necesidades operativas
del activo corriente, en definitiva activos que constituyen la base del
negocio.
Lo correcto, como en el
caso del ROE y ROA, es incluir en el numerador de este ratio, el Beneficio Operativo
del ejercicio, y en el denominador el importe de los Activos Operativos Netos,
pero al principio del ejercicio objeto de análisis.
Una vez obtenido dicho
ratio, éste debe contrastarse de tres maneras:
1.
Con
el ratio de años precedentes, al objeto de verificar su evolución en el tiempo,
y si la rentabilidad aumenta o disminuye.
2.
Con
el mismo ratio y período que se obtenga por las empresas del sector en el que
opera la empresa analizada, y muy especialmente con aquellas que consideramos
de referencia.
3.
Con,
y aquí está una importante novedad, el Coste Medio Ponderado de Capital de la
empresa (WACC en inglés) al objeto de verificar si la empresa genera o no
riqueza para sus accionistas. En la medida que el ROCE sea mayor que el CMPC, la
empresa ha sido capaz de generar un plus de rentabilidad por encima de la
remuneración mínima requerida por los prestamistas de fondos y los accionistas.
Como
en el caso del ROA y ROE, este ratio puede descomponerse para analizar cómo se
ha gestado la rentabilidad obtenida, entre el margen operativo y la rotación de
los activos operativos.
Así,
si multiplicamos el ratio anterior por ventas/ventas, resulta lo siguiente:
El
primer factor nos informa cómo el margen operativo de las ventas ha contribuido
a la obtención de la rentabilidad, mientras que el segundo factor responde a
cómo contribuyen los AON a la generación de ventas.
Si
quisiéramos analizar el efecto fiscal, el anterior ratio podemos multiplicarlo y
dividirlo por el Beneficio de explotación antes de impuestos (BEAI), lo que
resultaría:
En
este caso el análisis de la rentabilidad es resultado:
- Margen bruto de las ventas del periodo
- Rotación de los activos del periodo
- Efecto impositivo, o lo que es lo mismo cómo ha afectado la tributación del impuesto sobre beneficios en la rentabilidad del negocio.
En
definitiva, y viendo lo anterior, son las mismas recetas de siempre a la hora
de analizar una empresa, para aumentar su rentabilidad
o vendemos más,
o reducimos nuestros costes,
o somos más eficientes en el empleo de nuestros activos,
o gestionamos mejor la política fiscal de la compañía.
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