jueves, 10 de marzo de 2022

Carta abierta a los ciudadanos europeos

 

Sirva la presente como expresión de mi más profunda admiración y respeto por el pueblo ucraniano que cada día nos da pruebas de su inmenso coraje y nos pone al resto de europeos frente a la vergüenza de nuestra tibieza.

 

No pretendo con la presente carta dirigida a los ciudadanos de Europa en convertirme en un adalid de la guerra, pues no hay cosa que más me pueda aterrar que ver a mi hijo combatiendo en una guerra, y a mi mujer e hija obligadas a malvivir en un campo de refugiados.

Partamos, asimismo, de la premisa de que la invasión del territorio ucraniano por las tropas rusas, al margen de la culpabilidad de los contendientes, y muy especialmente de la de Rusia, es un claro ejemplo de incapacidad internacional de llegar a acuerdos. Decía Ronald Reagan: “La paz no es la ausencia de conflicto, es la habilidad de gestionar el conflicto por medios pacíficos”.

La guerra como la maldad existe, y es consecuencia de la naturaleza avariciosa del ser humano. Esta, como cualquier guerra, tiene un trasfondo fundamentalmente económico, pues de otra manera no se justifica la “inversión bélica” rusa. Esto me recuerda la anécdota de que una vez se le preguntó a un general que cosas necesitaría para ganar una guerra, a lo que aquél sin dudarlo contestó “Sólo preciso tres cosas: dinero, dinero y más dinero”. Por tanto, todas las medidas que Occidente tome y tengan por objeto encarecer la “loca aventura en la que está embarcada Rusia” producirán al final el efecto de un cese de las hostilidades. La duda y el problema es el cuándo.

Desastrosamente y fruto de lo dicho hasta ahora, estamos en el peor de los resultados pues nos hallamos ante un escenario bélico en toda su crudeza. La cuestión, al margen de seguir negociando, es ¿Y ahora qué postura adoptamos frente al invasor? Miramos hacia otro lado como si no fuera con nosotros y, a lo sumo entregamos armas y suministros a los ucranianos para que buenamente se defiendan y lavamos nuestra cara acogiendo a los refugiados y saliendo a las calles para cantar el “no a la guerra”. O por el contrario sentimos a los ucranianos como parte nuestra y nos ayudamos todos a una a defendernos de la vil agresión a un territorio europeo, dejando ver a Putin, al pueblo ruso, así como al resto del mundo que Europa se une frente a las ansias territoriales de un ególatra, que esta aventura finalmente le saldrá muy cara al invasor, y que consecuentemente no hay razón en el continuar con la acción militar.  

A mi modo de ver en la actualidad los europeos no estamos en condiciones de defendernos de cualquier forma frente a un ataque de un tercero, pues la triste realidad es que Europa desde hace tiempo manda al mundo una serie de señales inequívocas de debilidad, como son la de su falta de unidad frente a conflictos internacionales, la inexistencia de un referente europeo, y sobre todo el miedo “exacerbado” o pánico de las poblaciones y, especialmente de sus dirigentes, al regreso en ataúdes de sus militares. Todo ello aderezado con un cierto acomplejamiento resultado de nuestra época colonial, y considerarnos responsables de arrastrar al planeta a varias confrontaciones (siglos XVIII a XX).

Pero si profundizamos un poco más, nos encontramos que los ciudadanos europeos en su conjunto hemos sustituido nuestros valores espirituales (ojo no confundir con religiosos) por un materialismo/mercantilismo desproporcionado, lo que nos lleva a primar el estatus, el patrimonio/riqueza sobre todas las cosas, por lo que tener coraje para acabar luchando y muriendo por valores materiales resulta un evidente sinsentido (salvo que se sea un mercenario) con la consecuencia lógica de que se renuncia a luchar por uno propio y por los demás, y en ningún caso dejar la vida por dichos principios. Europa, como en su momento Roma, sucumbirá, salvo que cambien radicalmente las cosas, ante invasiones de Oriente o del Sur más fruto de su propia degeneración y desintegración interior que por el poderío de los invasores.

Pensemos que tanto Rusia como China, como potenciales adversarios, han sustituido en la mayor parte de su población (me cuesta llamarles ciudadanos) esos valores consustanciales al ser humano por la veneración al estado omnipotente, lo que permite a sus dirigentes mandar sin reparo alguno a sus soldados a la guerra sin preocuparse por los muertos (Rusia y China cuentan con un ingente número de tropas que reponen “sin ruborizarse” cuando sea preciso), unido al hecho que estos últimos están dispuestos a morir por dicho estado. Y qué decir de los vecinos del Sur, donde el aspecto espiritual del hombre ha sido sustituido por un dios omnipresente que dirige sus vidas, y que sirve de excusa para morir en su nombre.

Y si a todo esto se le une que los Estados Unidos, tradicional valedor en el siglo XX de Europa ha iniciado un repliegue de sus posiciones a lo largo del mundo, dejando a las claras que renuncia a su papel de “gendarme del mundo”, además de por razones económicas y estratégicas, al lógico cansancio del pueblo americano a sacrificar a sus hijos en conflictos lejanos y obscuros.

¿Y en este estado de cosas qué podemos y debemos hacer a partir de ahora los ciudadanos europeos?

1.     Exigir a nuestros dirigentes que la UE tenga una sola voz, que el mundo visualice una posición europea única, firme y continua en el tiempo. Y no más de cuarenta voces titubeantes.

2.     Establecimiento de un cuerpo diplomático de la UE que negocie de tu a tu y sin complejos frente a cualquier tercero siguiendo la postura unitaria marcada.

3.     La creación de un potente ejército de la UE de carácter disuasorio, sostenido con recursos materiales y humanos por todos y cada uno de los países integrantes con clara voluntad de permanencia. Hemos de tomar conciencia que nuestro estilo de vida ha de ser defendido, lo que implicará sacrificar parte de nuestro bienestar general y personal. La máxima latina de “Si vis pacem, para bellum” resulta atemporal.

4.     Asumir y dar a conocer al mundo que los europeos seremos capaces de luchar hasta sus últimas consecuencias por defender los principios vehiculares de Europa como son los de libertad e igualdad, la defensa de la justicia y la búsqueda de la verdad. No es cuestión de incitar al ardor guerrero, sino recordar la valentía y coraje de los distintos pueblos europeos que nos precedieron y que conformaron nuestro continente tales como celtas, romanos, griegos, sajones, tracios, íberos, lusitanos, vikingos, galos, etc.

5.     Pero sin duda alguna y como cuestión nuclear, sin la que no resultan posibles las anteriores, está el que los europeos debemos superar la estupidez y ofuscación en que estamos imbuidos, y cuyos exponentes son por una parte la idea de que al final todo se reduce a nada, y por lo tanto nada tiene sentido, y por otra, que el saber es incompleto y no existen verdades absolutas y en especial su modalidad en la que no existen principios morales universales (en definitiva, el que todo vale). Frente a esto hay que hacer valer la importancia del saber, la práctica de la prudencia, el reconocimiento de la dignidad personal y el ensalzamiento del coraje. Hemos de reivindicar que Europa, sin creerse como antaño el centro del mundo, vuelva a ser un foco del conocimiento y la razón, con ciudadanos bien instruidos que sean capaces de discernir y hacer frente a propuestas populistas, nacionalistas y totalitarias.