El imperio
romano alcanzó su cénit con el emperador de origen hispano Trajano (XIII
emperador y segundo de la dinastía Antonina), el cual expande las fronteras del
imperio como nunca (ni siquiera el magnífico donde lo haya Augusto). Ahora
bien, una vez alcanzado ese punto empezó su decadencia. Roma precisaba un
ejército enorme, cada vez más grande, para poder proteger sus fronteras de los
numerosos ataques e intentos de invasión que se sucedían. Su desaparición como
imperio hay que entenderla en una conjunción de factores, a saber, la
corrupción, los ataques de los bárbaros y, si, también de la inflación.
El circuito
monetario romano no empleaba papel moneda como medio de pago. Para ello, los
romanos se servían de monedas llamadas denarios. Estos denarios contenían
alrededor del 95% de plata.
Otras
monedas del Imperio Romano también contenían metales nobles como el oro. Este
es el caso del áureos de oro, que tenía un valor de 25 denarios o de la libra
de oro, que equivalía a 960 denarios y a 40 áureos. Al igual que el denario, el
sestercio también contenía plata, de hecho, 4 sestercios sumaban el valor de un
denario.
Historia de
una crisis
La aludida
decadencia económica tiene uno de los máximos exponentes en Caracalla (XXIII
emperador y quinto de la dinastía Severa), hijo de Septimio Severo, el cual en
su lecho de muerte les aconsejó a él y a su hermano, lo siguiente: "Vivid
en armonía, enriqueced al ejército, ignorad lo demás".
Caracalla asumió
el compromiso de aquella manera. Para empezar, mandó asesinar a su propio
hermano, para poder gobernar en solitario. Sin embargo, se tomó muy en serio lo
de enriquecer al ejército, subiendo un 50% el salario de los soldados. Lo que
disparó el gasto a niveles estratosféricos, unido al que provenía del volumen
de obras públicas que acometió, y de los fastos en que incurrió a loa de su
persona y con intención de aplacar al pueblo.
Ante tamaño
gasto disparado, sólo cabía para equilibrar las cuentas, aumentar los ingresos
y las opciones que tenía para conseguir el preciado aumento de ingresos eran:
aumentar los impuestos y/o devaluar la moneda. Caracalla, ni corto ni perezoso,
se decide por acometer ambas opciones: duplica las tasas a las herencias, y
devalúa la moneda[1].
¿Cómo se
llevaba a cabo este proceso de devaluación de la moneda? La moneda del imperio
era el denario, que en tiempos primigenios se fabricaba con un 95% de plata y
un 5% de otros metales de menor valor. Cuando Caracalla llega al poder, el
porcentaje de plata era ya del 75%, por las devaluaciones de los anteriores emperadores.
Tras su paso por este mundo el nivel de plata queda en un 50%.
La mayor
circulación de monedas, pero de menor valor, se tradujo en una importante
subida de los precios por parte de los comerciantes, y el correspondiente
aumento de la inflación, reduciendo el poder adquisitivo de los ciudadanos.
En los
siguientes años el denario continuó perdiendo valor. Cada vez era menor la
cantidad de plata en las monedas romanas, hasta tal punto que el denario pasó a
ser un pedazo circular de bronce bañado en plata. Todo ello se plasmó en una
hiperinflación que llegó a sobrepasar el 1000%. Por poner un ejemplo, entre el
año 255 y el 294, el precio de los cereales se multiplicó por 20.
A Caracalla,
que en la mejor de las tradiciones romanas fue asesinado por un lugarteniente,
le siguieron una retahíla de emperadores. Hemos de esperar a Diocleciano (XLIII
emperador y primero tras el infausto siglo III).
Nadie
discute seriamente el hecho de que fue la constante devaluación monetaria la
que impulsó un espectacular incremento de los precios y un caos económico junto
a la citada inestabilidad política, que la introducción de nuevas monedas no
fue capaz de atajar.
Una vez que Diocleciano
era emperador, ante la angustiosa situación económica se decide acometer una
serie de medidas, pero sigue adoleciendo del defecto de no ver la relación
entre la crisis económica y la inflación y las continuas devaluaciones, así
como el gigantismo del estado. De hecho, en sus primeros años como emperador
aumenta los efectivos del ejército en casi un 40%, y, asimismo, duplica el
número de funcionarios del estado.
Para el
gobierno de Diocleciano estaba claro que el aumento de los precios era culpa prioritariamente
de los comerciantes, su especulación y sólo preocupados por sus beneficios. Era
una historia que además contaba con la aprobación de los ciudadanos, porque
preferían esta teoría a que les subieran los impuestos. De esta manera el
pueblo veían en los comerciantes los lógicos destinatarios de los nuevos impuestos,
con lo que ellos quedaban a salvo
Diocleciano que
no tenía apenas margen para más devaluaciones, porque las monedas apenas
llevaban ya plata; ni para aumentar los impuestos, porque los contribuyentes ya
estaban ahogados, decide acometer una “suerte de política monetaria” y en el
año 301, apuesta, entonces, por una reforma monetaria, que consistió en desmonetizar
las piezas en circulación e implementando un nuevo sistema para todo el Imperio,
inspirado en el sistema monetario egipcio, heredado de los Ptolomeos[2].
El resultado
fue una carestía estructural de dinero: al dominar la moneda mala todos los
intercambios, la gente común no tenía suficiente como para realizar las transacciones
diarias, haciendo necesaria la emisión de cantidades incluso mayores, carencia
que se alió con la codicia fiscal del Estado[3]
Entonces
decide apuntar de nuevo a los comerciantes, a los que compara con los bárbaros
que amenazaban las fronteras, y les acusa de ser una amenaza para el imperio.
En ese mismo año de 301 lleva a cabo su gran obra en este sentido, al promulgar
el Edicto sobre Precios Máximos, una norma que fijaba el precio máximo sobre
más de 1.300 productos, además de establecer el coste de la mano de obra para
producirlos.
Fija una
condena de muerte para los mercaderes que se salten esta medida. Y además les
prohíbe llevar sus productos a otros mercados a los que pudieran venderlos a
mayor precio. Y el coste de transporte tampoco puede usarse como excusa para
incrementar los precios finales.
El resultado
fue aún más desastroso. Los precios que fijaba el edicto eran demasiado bajos,
así que muchos comerciantes decidieron dejar de vender algunas mercancías,
hacerlo en el mercado negro, o volver al trueque. Hay ciudades en las que el
comercio desapareció completamente.
Y como el
edicto también fijaba los salarios, muchos profesionales, incluidos los tan
poderosos soldados, vieron cómo con su sueldo su poder adquisitivo era cada vez
menor. De este modo, los
comerciantes y buena parte de lo que vendría a ser la clase media romana
terminaron empobreciéndose por culpa de la inflación. Mientras tanto, los más
poderosos acaparaban el oro y las tierras, mientras que los romanos de a pie,
tenían que servirse de los follis de bronce para poder subsistir
En estas
circunstancias, fueron muchos los ciudadanos que decidieron abandonar las
ciudades e irse a vivir al campo. Sin confianza en el comercio, apostaron por
autoproducir todo lo que necesitaban, creando economías locales autárquicas.
Muchos trabajadores, sin posibilidades de empleo en las grandes urbes,
siguieron a estos nuevos terratenientes, provocando que muchas ciudades
quedaran prácticamente abandonadas.
¡¡¡La edad
media y el feudalismo estaban servidos!!!
[1]
EL valor nominal de la moneda metálica es siempre superior al intrínseco. De no
ser así, la acuñación no se produciría. Esta diferencia es el llamado señoraje,
el ingreso bruto que recibe la autoridad emisora el cual cubre sus costes de
acuñación y obtiene un beneficio que le incentiva a producir moneda (dinero fiduciario).
El señoraje es el precio que paga el usuario por las
ventajas que supone el disponer de un medio
de intercambio estándar cuyo peso y ley están
garantizados por el cuño, evitando la necesidad de pesar
y ensayar el metal con cada transacción, operaciones
siempre inexactas con los medios de aquella
época
[2]
la inflación en el imperio romano de Diocleciano a Teodosio. Alberto González
García. Universidad Complutense de Madrid
[3]
K.W. HARL Coinage… , p. 155, cree que la emisión de cantidades excesivas de
moneda se debió a la imposibilidad del gobierno de reemplazar con eficacia todo
el numerario del Imperio, lo cual puede en parte ser cierto, pero cae en
prejuicios cuantitativistas al juzgarla como la única causa de la inflación